‘La vida con un perro es más feliz’ El libro para los amantes de los caninos
- Happy Cat
- 30 jul 2018
- 4 Min. de lectura
Hace más de medio siglo, cuando convivir con perros no estaba tan generalizado como ahora, la Asociación de Hospitales Veterinarios de Estados Unidos hizo un estudio sobre la relación que tenían los humanos con sus amigos de cuatro patas.

Al preguntarles a los encuestados a quién se llevarían a una isla desierta, un sesenta por ciento contestó que, sin duda, a su perro. Pero, además, al preguntarles cuáles eran los seres queridos más importantes para ellos, un 60 por ciento incluyó entre los cinco primeros a su amigo peludo. Seguro, Tana –una perra bóxer de dos años–, que los curiosos resultados de esta encuesta te han arrancado mínimo una sonrisa. Pondría la mano en el fuego sin miedo a quemarme, a que no te extrañaron los porcentajes (…).
Se habla mucho del amor incondicional de los perros hacia las personas. A la inversa, no tanto, aunque también se dan casos. Los más evidentes se producen cuando un humano vive solo y exclusivamente con un perro. Si al peludo le sale un eczema y hay que comprar una pomada de cincuenta euros, se compra, aunque para eso haya que renunciar a la televisión por cable. Si se pone malo de la tripa y el perrito necesita un alimento especial de treinta y cinco euros, se compra el de cuarenta, y si es preciso ese mes en vez de cerveza se bebe agua de la llave, que hidrata más. En caso de que se despierte a las cuatro de la mañana gimoteando porque le urge bajar al jardín –está con toda seguridad con diarrea– se pone uno la chaqueta encima de la piyama dispuesto a tirar por la borda la fama de soltero elegante. Tú dile a uno de estos humanos, Tana –entre los cuales me incluyo– que alojen en su casa, no quince años –que es el promedio de vida de los perros–, sino quince días a un amigo que hace veinte años que no ve. Dile que le preste cincuenta euros para una pomada porque le ha salido un sarpullido en la espalda, que le compre jamón de tal o cual marca o que se le presente a las cuatro de la mañana en la cama para decirle que no puede dormir y que si le acompaña a dar un paseo. ¿Les damos amor incondicional? Sí, no hay duda. Por ustedes haríamos cualquier cosa sin esperar nada a cambio –muy al contrario de lo que haríamos con un amigo–, pero esto no ha surgido por arte de magia, Tana; como todo, tiene una y mil explicaciones. El perro siente y capta nuestro estado de ánimo. Si le hablamos de los problemas con la pareja, no solamente va a entendernos, sino que, además, nos comprenderá. A cualquier persona que conviva con un perro esto no le sonará a locura. Hay algunos canes que han caído, incluso, en una depresión tras diagnosticarle alguna enfermedad al dueño; otros han tenido diarreas prolongadas cuando sus amos estaban pasando una crisis y algunos que lloran y gimen cuando el dueño está recibiendo una triste noticia por teléfono. Y por el contrario, hay algunos que se levantan repentinamente del suelo cuando su dueño lee un correo electrónico en el que le ofrecen un proyecto o un puesto de trabajo muy beneficioso para su vida personal y profesional. Es habitual que el perro quiera tener juntos a todos los miembros de la familia. Esto es debido al instinto pastoril de determinadas razas, aunque suele ser muy común en todas. Son capaces hasta de distinguir entre los ruidos de los distintos vehículos familiares cuando pasan por una calle y esperar en la puerta para hacer el recibimiento pertinente a cada uno de ellos. Otra cuestión aún más curiosa es cuando el perro determina que ya ha llegado toda la familia; entonces, se relaja y disfruta como uno más.
También es frecuente observar cómo en aquellas familias con perro y dos o más hijos, el miembro familiar de cuatro patas hace sus distinciones. A la hora de deber sumisión y obediencia lo hace con aquel que le proporciona a diario la comida; para jugar elige al más fuerte dentro de los jóvenes y a la hora de proteger siempre lo hace con el más pequeño o con el más débil. Hay ejemplos de parejas que han decidido formar una familia sin hijos y que, sin embargo, estipulan desde el principio la cantidad de perros que quieren adoptar. Este fenómeno social –merece ser llamado así– se debe a diversos factores, aunque se basa fundamentalmente en uno: el mero pragmatismo. Porque los perros, por lo general, son cachorros eternos. Es verdad que nos necesitan, pero no es menos cierto que nosotros los necesitamos aún más para poder rescatarnos de nosotros mismos. La domesticación ha ayudado al perro en su desarrollo como especie, pero ha sido el hombre quien ha salido ganando. Por eso hemos de ser conscientes de que se merecen un lugar privilegiado en nuestra sociedad lejos de una mera utilización o cosificación y más cercano a una alianza justa, recíproca y equilibrada.
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